Bernard Manin en 1995 publica su libro Los principios del gobierno representativo, la misma que lo ha convertido en un clásico de la Ciencia Política. En este libro analiza el desarrollo de las democracias representativas y las divide en tres fases: el parlamentarismo del siglo XIX, la democracia de los partidos de masas en el siglo XX y las actuales democracias de las audiencias.
En la primera fase del parlamentarismo, el poder ejecutivo está separado del poder legislativo. El gobierno es responsable ante el parlamento, que es elegido por el pueblo y es el órgano principal de representación política. Los miembros del parlamento son libres de votar según su conciencia y no están sujetos a las órdenes del partido.
Este modelo tuvo su origen en Inglaterra a finales del siglo XVII y se convirtió en un modelo para muchos países, incluyendo Estados Unidos. El parlamentarismo tiene la ventaja de que el gobierno está obligado a rendir cuentas ante el parlamento, lo que puede ayudar a evitar el abuso de poder. Sin embargo, también puede llevar a la falta de estabilidad gubernamental, ya que los gobiernos pueden ser derrocados fácilmente si pierden el apoyo del parlamento.
Esta primera etapa estaría marcada por la confianza que otorgarían los ciudadanos a los actores políticos en un escenario de cercanía. La relación social estaría marcada por relaciones previas guiadas por intereses comunes y daría lugar a la creación de partidos políticos que las representen. Sin embargo, los representantes gozan de autonomía plena en el congreso para decidir su voto y no están sometidos a los grupos que le dieron la posición.
La segunda fase, la democracia de partidos de masas, surgió a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. En este modelo, los partidos políticos se convierten en la principal forma de organización política y está marcada por la ampliación de los derechos políticos para todos los ciudadanos en la mayoría de las democracias del mundo. La democracia de partidos de masas se caracterizó por el surgimiento de partidos políticos fuertes y bien organizados, que se enfrentaban en elecciones periódicas. Estos partidos crearon una cultura política que enfatizaba la participación ciudadana y la importancia del voto.
La democracia de partidos de masas tiene la ventaja de que los partidos políticos se convierten en intermediarios entre los ciudadanos y el gobierno, lo que puede ayudar a simplificar la política y hacerla más accesible para el ciudadano común. Al recaer el poder sobre el partido, es esta institución la encargada de hablar como representante ante la opinión pública, de las estrategias y negociaciones en competencia tanto electoral como de alianzas en las asambleas. El electorado se adhiere más por una búsqueda de identidad social que por propuestas programáticas.
La democracia de partidos de masas se caracterizó por el surgimiento de partidos políticos fuertes y bien organizados, que se enfrentaban en elecciones periódicas
Finalmente, la tercera fase de la transición del gobierno representativo es la democracia de audiencias. En este modelo, la influencia de los medios de comunicación de masas en la política es muy fuerte. Los políticos se centran en las necesidades y deseos de las audiencias y utilizan los medios de comunicación para conectarse con los votantes.
En la democracia de audiencias, los políticos se convierten en celebridades y utilizan su imagen pública para llegar a los votantes. La política se vuelve más espectacularizada y emocional, lo que puede llevar a un menor debate sobre las cuestiones políticas reales. Los partidos políticos se ven replegados a un segundo plano y el poder de los medios marca el ritmo del debate político. Se establecen redes supranacionales que ejercen una fuerte y efectiva presión hacia la política nacional de los países
Esto genera un distanciamiento con la sociedad civil, la misma que busca combatir el candidato al utilizar herramientas como la televisión o las redes sociales para hacerlo. El personalismo de un líder termina siendo muy importante y lo resalta el marketing político de las campañas.
Los gobernantes ya no tienen el control absoluto como en las fases anteriores, ahora se enfrentan a circunstancias inesperadas que en muchos casos requiere al ritmo que marca una agenda mediática. Esto hace que los gobernantes se tengan que alejar de la propuesta programática e improvisar en solucionar los problemas que aparecen y tienen el foco de los medios como presión.
En las democracias de audiencia, la necesidad de distinción del resto es fundamental. La imagen tanto personal como del partido como institución debe diferenciarse de los otros, centrando la estrategia en la diferenciación para que eviten confundirlo y que el ciudadano tenga el voto claro. Estas imágenes deben funcionar como atajos cognitivos, como representaciones simplificadas, es decir que la ciudadanía pueda identificar sin mucho esfuerzo la posición política del candidato y esto puede asentarse en clivajes como campo/ciudad, centro/periferia, la religión, la raza y otros, lo que lleva a las organizaciones políticas a buscar constantemente más fracturas sociales y que sean más profundas.
Esto, sumado a otro tipo de factores están detrás de la volatilidad del voto y de la radicalización política ascendente que se ha registrado en el mundo, tal como lo refleja el PNUD en su proyecto #GraphforThought que muestra la ascendente polarización política en la región y el mundo.
Estas imágenes deben funcionar como atajos cognitivos, como representaciones simplificadas, es decir que la ciudadanía pueda identificar sin mucho esfuerzo la posición política del candidato y esto puede asentarse en clivajes como campo/ciudad, centro/periferia, la religión, la raza y otros.
En resumen, Manin ya en el siglo pasado nos daba una mirada del poder de los medios de comunicación hoy en la política y cómo éste sector comienza a establecer las reglas del juego en combinación con los actores políticos que quieren llegar al poder y buscan posicionarse espacialmente en el subjetivo colectivo del ciudadano.