Hace algunas semanas escuchaba a algunos analistas políticos hacer énfasis desesperadamente en la idea de que el proceso de cambio había llegado a su fin, se había extinguido. Que el modelo económico productivo —que solo los que trabajan en el Ministerio de Economía pueden mencionar su nombre completo de memoria— ha fracasado y no existe. Y que básicamente, estos serían elementos suficientes para reemplazar un proyecto de país por otro que tendría como guía estructural ser una antítesis del modelo de Estado planteado por el masismo en las últimas décadas.
Escucharlos fue recordar aquel libro de George Lakoff publicado en 2017, No pienses en un elefante. Sí, no piense en un elefante. Un título llamativo, sugestivo, que provoca exactamente lo que te pide que no hagas, pensar en un elefante. Lakoff nos explica que al conservar el lenguaje y el marco con el que tu adversario hace referencia a su forma de ver el mundo, termina provocando que tu audiencia hable y vea el mundo exactamente de esa forma, aunque no esté de acuerdo con ella.
El hablar del proceso de cambio como un fracaso, como un ciclo acabado, como un elemento negativo, es hablar del proceso de cambio. Lo convierte en un referente, porque la gente necesita asociar un concepto en relación con una referencia ya sea para compararlo como equivalente o como opuesto. Hablar del proceso de cambio lo convierte en elemento por el cual el masismo va a encontrar un significado para unir a su base votante, y a su vez lo va a convertir en la razón de lucha de una oposición que encuentra su sentido de unión en ella. Entonces, ¿qué sentido tiene el mencionar que el proceso de cambio ha muerto? Ninguno. Una cosa es que se encuentre en crisis de representación, pero otra muy distinta es que haya desaparecido.
Este 2024 ya es un año electoral y vamos a ir viendo que el proceso de cambio como concepto va a seguir circulando como elemento referencial en los discursos de unos y otros. No solo es el antimasismo el que lo utiliza para dar sentido a su existencia, sino el mismo MAS que ahora está en una lucha interna por resolver una pregunta que va a alimentar las discusiones de sus aspirantes: ¿quién se queda como heredero del proceso de cambio? Congresos, cabildos, marchas, bloqueos, convocatorias masivas, serán los espacios en disputa por declararse legítimos sucesores.
Pero, ¿es posible dejar de hablar del proceso de cambio? Sí, en cuanto exista una nueva propuesta de marco referencial que se equipare en magnitud al proceso de cambio en sentido simbólico. Esto en términos sencillos sería una propuesta de país que convenza a los sectores en épocas electorales y le dé sostenibilidad en la gestión, que funcione como un elemento que reemplace al anterior y le dé un significado a la unidad y subordinación sostenida.
El hablar del proceso de cambio como un fracaso, como un ciclo acabado, como un elemento negativo, es hablar del proceso de cambio.
Esto solo va a darse en un escenario de crisis sin duda, principalmente económica, que provoque en cadena otros tipos de crisis. El escenario de 2019 ha demostrado que una crisis política no basta para reemplazar el significante del proyecto de país, sino una crisis económica que lleve a los líderes opositores emergentes a plantear soluciones partiendo de otra forma de ver y salvar el país.
Por eso, creo que en estos tiempos si Lakoff vendría a Bolivia a prestar una asesoría política nos diría: No pienses en el proceso de cambio.
Artículo publicado en Diario La Razón (16/03/2024)