El timing es un arte. Es planificar nuestras acciones y que estas coincidan en el tiempo exacto para que saquen la mayor productividad posible. Es un arte y algunas veces se disfraza de suerte.
Los resultados son los que ya todos conocemos: Massa con un 36,68% y Milei con un 29,98% que van juntos a una segunda vuelta. La sorpresa, fue creernos que el segundo iba a arrasar en primera vuelta y ser presidente de la Argentina.
Las elecciones son campos de batalla que luchan por la imposición de un enfoque y el establecimiento de esa opinión pública o “conocimiento común” aceptado por una mayoría aparente en palabras de Irving Crespi. El enfoque de los medios hace cuatro semanas más o menos, fue la fuerza de Milei en las primarias, su rabia, su radicalismo, su personalidad y el miedo que generó lo pusieron en el centro de la opinión. Si en ese momento, con esa predominancia mediática que rozaba el endiosamiento, se hubiesen dado las elecciones presidenciales, quizás tuviésemos al León libertario hoy en día encabezando los resultados.
Pero “la casta” opositora hizo su trabajo. Las emociones como el miedo y la rabia no duran toda la vida, hay un momento que el corazón llama al razonamiento. Las propuestas de Milei encontraban un bloque institucional difícil de superar, el mismo obstáculo que encuentran los discursos radicales en escenarios polarizados, el gobernar con una oposición que has endemoniado, pero con la que irremediablemente tendrías que pactar al vivir en democracia.
El enfoque del miedo cambió para el día de las elecciones en Argentina. Ya no fue hablar de miedo a que las cosas empeoren y que un libertario podía cambiar las cosas, sino fue hablar del miedo a caer en un bloqueo institucional entre propuestas radicales que además tiren más abajo la economía del país del sur. Un miedo que aún sigue presente.